Pensar duele, pero tragar sin pensar es peor.
A veces me pregunto si realmente estamos pensando o simplemente repitiendo lo que otros nos dicen. En clase de filosofía nos hablan mucho de la importancia del pensamiento crítico, de no aceptar todo sin cuestionarlo, de dudar incluso de lo que creemos saber. Pero luego miro a mi alrededor y veo a muchos adolescentes aceptar ideas sin pensarlas dos veces, sobre todo cuando esas ideas vienen envueltas en discursos que suenan “fuertes” o “valientes”, aunque en realidad sean peligrosos o directamente falsos.
Vivimos en una época de sobreinformación. Nos llegan mensajes constantemente por redes sociales, vídeos cortos, titulares llamativos. Y como estamos saturados, es más fácil quedarnos con lo que más ruido hace. Lo grave es que muchas de esas afirmaciones que se repiten entre jóvenes no están basadas en datos ni en argumentos, sino en prejuicios, en miedos, en una visión simplista del mundo que divide todo entre “nosotros” y “ellos”.
La filosofía no está de moda. No es tendencia. Pero debería serlo. Porque la filosofía nos enseña a parar y pensar. A no comernos las palabras solo porque las dice alguien que habla con seguridad. Nos enseña a hacer preguntas incómodas: ¿por qué creo lo que creo? ¿Quién se beneficia de que yo piense así? ¿Qué pasaría si la verdad fuera otra?
Lo que me preocupa es ver cómo muchos adolescentes repiten ideas con una seguridad tremenda, sin haberlas analizado ni un poco. Se lanzan frases como si fueran verdades absolutas: “la culpa es de los inmigrantes”, “los hombres también sufren violencia y nadie dice nada”, “los medios nos ocultan la verdad”, y un largo etcétera. Algunas de estas afirmaciones, cuando se analizan con calma, resultan ser falsas o están sacadas de contexto, pero ya han calado hondo. ¿Por qué? Porque pensar requiere esfuerzo. Y repetir lo que escucho es más fácil.
Pero ese camino fácil nos convierte en personas manipulables. Si no somos críticos, si no aprendemos a contrastar, a dudar, a razonar… alguien más va a pensar por nosotros. Y ahí es cuando dejamos de ser ciudadanos libres para convertirnos en simples altavoces.
Desde mi punto de vista —que se sitúa en la izquierda porque creo en la justicia social, la igualdad y la solidaridad—, veo que muchas veces se promueven ideas que buscan dividirnos: enfrentar a jóvenes contra mayores, a nacionales contra extranjeros, a mujeres contra hombres. Y lo hacen usando palabras fuertes, apelando al miedo o a la rabia. La filosofía, en cambio, nos pide lo contrario: que pensemos en conjunto, que nos preguntemos por el bien común, que entendamos al otro antes de juzgarlo.
Sé que pensar no siempre es cómodo. A veces, cuando analizas lo que has estado repitiendo, descubres que estabas equivocado. Y eso duele. Pero es un dolor necesario, porque solo así crecemos, solo así somos realmente libres. Como decía Descartes, para llegar a una verdad sólida, primero hay que derribar todas las falsas creencias. Y eso empieza por dejar de repetir lo que suena bien y empezar a pensar lo que es justo.
No se trata de ser un “sabelotodo” o ir corrigiendo a todo el mundo. Se trata de ser conscientes de que nuestras palabras importan. Que cuando repetimos una mentira mil veces, contribuimos a que se convierta en “verdad” para muchos. Y que si queremos un mundo mejor, más justo, más humano, necesitamos ser más exigentes con lo que creemos.
Así que si estás leyendo esto, te invito a hacer algo radical: pensar. Pregunta, duda, busca, compara. No creas todo lo que escuchas, sobre todo si te lo dicen gritando. Y si algo no suena del todo bien, si huele a odio, a miedo, a desprecio por otros… tal vez es porque no es verdad.
Porque pensar duele, sí. Pero tragar sin pensar, al final, duele mucho más.
https://www.youtube.com/watch?v=_E72GDihx5E&t=47s
ResponderEliminarHablas de los adolescentes, Elena. ¿Crees que los adultos estamos a salvo de este mal del que hablas?
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarNo, de hecho ocurre lo contrario. Creo que todo el mundo es susceptible al fenómeno del sesgo de confirmación, la verdad que queremos creer es la nuestra. No vamos a intentar comprobar que es falsa una información que concuerda con nuestras creencias, tanto si somos jóvenes como si somos adultos.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar